Lirios

    Amaneció con una luz tan tenue que apenas se podía afirmar que la noche ya tocara a su fin. Un finísimo halo asomó por el curvado horizonte y, en el oscuro cielo, apenas desaparecieron el resto de estrellas. Día tras día, cae de nuevo la luz sobre aquel distante y helado mundo, extrañamente salpicado por blancos lirios y que luchaban por absorber la poca luz que recibían. Eran incapaces de escuchar; sin embargo, les decían a sus hijos lo mucho que trabajaron por sobrevivir. Les contaban el miedo que pasaban cada vez que un negro velo les impedía calentarse mínimamente, velo al que llamaron noche, y que les hacía esperar numerosas horas hasta que este desaparecía.

    El suave viento los mecía generando pequeñas olas sobre su reducida superficie, como si de un mar se tratara, al mismo tiempo que las áridas colinas dejaban resbalar silenciosos guijarros por sus lomas, pues no tenían nada a lo que poder aferrarse. La temperatura apenas variaba entre la noche y el día, la superficie no cambiaba, así que ya solo quedaba lamentarse por aquel extraño vacío que los lirios se afanaban por ocupar con lentitud, aunque sin cejar.

    Flores nacidas de una ambiciosa visión que con los años se iba convirtiendo en un mundo platino. Al principio, solo era un juego con el que fantasear. Pero el juego se convirtió en una potente llama que alumbró más allá de sus fronteras, sumando adeptos e ingeniosas mentes que ayudaron a llevarlo a cabo. Aquel mundo, con toda probabilidad, diría adiós progresivamente a su enorme vacío en apenas unas décadas más. Entonces, sus hacedores lo reclamarían gozosos al contemplar su éxito.

    Los lirios continuaron hablando con sus hijos y transmitiendo de generación en generación los orígenes de aquel mundo. Narraron el frío y la oscuridad que los envolvía a pesar de que ahora un suave tono azulado cubriera el cielo cada día. Que el silencio se tornó en ruido cada vez que el viento arrastraba polvo o guijarros, incluso cuando este rozaba con sus pétalos, unas agradables vibraciones se transmitían por el aire; puesto que ahora sí había aire.

    Por desgracia, pasaron muchas décadas, incluso siglos, y aquel mundo cubierto de lirios jamás presenció la llegada de sus creadores.

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